Grupo de Opinión Floridablanca
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Pefacio de Mario Bunge, FRSC


Department of Philosophy, McGill University, Montreal, Canada. Premio Príncipe de Asturias del 1982 a "Comunicación y Huminadades".


LEYENDA BLANCA, LEYENDA NEGRA Y REALIDAD POLICROMA



Mario Bunge Mis primeros maestros oscilaban entre dos visiones de España:
la blanca y la negra. Cada una de ellas estaba dominada por una gesta:
la blanca, por la gesta de la exploración, y la negra por la gesta de la guerra por la independencia.

Quienes veían a los exploradores y colonos como héroes callaban las atrocidades que cometían contra los indios, así como los crímenes de la Inquisición. Y quienes ensalzaban a los próceres de la independencia hablaban despectivamente de los españoles, llamándolos godos y guachupines y negándoles toda virtud. No admitían que la Conquista terminó con las guerras entre indígenas y les dio a todos una lengua común con una rica literatura, además de traer artistas, artesanos y carros, así como animales de tiro, vacas y cabras.

A los escolares no se nos obligaba a elegir entre las dos leyendas:
creíamos en la blanca cuando tocaba estudiar el “descubrimiento” o cuando teníamos que comentar las obras del Siglo de Oro. Y creíamos en la Leyenda Negra cuando tocaba admirar las batallas que habían ganado los patriotas o recordar que el gobierno imperial les había negado a las colonias las instituciones civilizadas, tales como los teatros y los museos de que gozaban los madrileños y los napolitanos. Nos enseñaban a admirar al elocuente alegato de Fray Bartolomé de las Casas en favor de los indios por tener alma, pero no nos decían que eso no hizo sino reemplazar la esclavitud de los indios por la de los negros por carecer de alma.

De vez en cuando había quien recordaba que España no había producido solamente fanáticos sedientos de oro, como los Reyes Católicos, y soberanos que odiaban a la inteligencia, como Fernando VII, y los refinados instrumentos de tortura que se exiben en el museo de Alicante. España también habría producido al primer novelista moderno, al comediógrafo más prolífico de la historia, a los inventores del submarino y del autogiro, al iniciador de la neurociencia moderna, y a pintores y poetas sin par.

Se recuerda que el fanático Felipe II mandó a Améríca a misioneros para que predicasen la religión oficial y, con ella, la sumisión que encomendaba Pablo a los romanos. Quienes creían en la Leyenda Negra lamentaban que ese emperador no hubiese mandado a maestros y artesanos en lugar de predicadores. Pero los defensores de la Leyenda Blanca nos recuerdan que entre los misioneros españoles figuraban franciscanos, que como el admirado Fray Motolínea (traducción náhuatl de "Il poverello"), enseñaba artesanías a los indígenas. También nos dicen que los jesuitas llevaron las ciencias por doquier, lo que es cierto a medias. En efecto, esos religiosos difundieron conocimientos científicos, en particular astronómicos, pero no llevaron investigación científica porque no la hacían. Ni entonces la había en España ya que la investigación científica produce novedades, y, salvo en la minoría liberal e ilustrada, estaba mal visto ser "amigo de novedades".

El desconcierto causado por el conflicto entre las dos leyendas se agudizó en 1936, cuando los creyentes en la Leyenda Negra tuvieron que admitir que una multitud de españoles estaban dando sus vidas para salvar a la España moderna y progresista de la barbarie fascista. Al mismo tiempo, los sedicentes “nacionales”, con el apoyo de los bombarderos alemantes y las cañoneras italianas, intentaban pintar de blanco a la España negra que ellos mismos ejemplificaban.

Curiosamente, los amigos de la República y de la cultura olvidamos al conde de Floridablanca tanto como sus enemigos, los verdugos de poetas y maestros de escuela. Sin embargo, podríamos haberlo invocado, ya que ese gran estadista fue partidario apasionado de la reforma racional. En la escuela argentina aprendimos que fue él quien dispuso que las ciudades coloniales fuesen dotadas de autonomía municipal. Pero no se nos dijo que también modernizó notablemente a la Madre Patria, como lo recuerda el autor de este libro.

Pardos subraya un aspecto importante y sin embargo descuidado de las reformas iniciadas por Floridablanca: que fueron sistémicas y no sectoriales, como son todas las leyes que adoptan nuestros gobiernos. En efecto, el proyecto de modernización de nuestro personaje abarcó simultáneamente todos los aspectos de la vida, desde el sanitario hasta el cultural. Floridablanca comprendió que la sociedad es un sistema, no un mercado informe, de modo que la prosperidad de cada componente del sistema depende de la de los demás.
Es seguro que sus reformas habrían sido aplaudidas por su casi coetáneo, el Barón de Holbach, el primer filósofo sistémico de la historia. Este ilustre y prolífico colaborador de la Encyclopédie, y amigo de todos los intelectuales progresistas de su tiempo, fue autor de dos obras que, aunque prohibidas por la censura francesa tuvieron amplia difucisión: Systéme de la nature (1770) y Systéme social (1773).

Nada cuesta jugar a la historia virtual o contrafáctica, e imaginar que, de no ocurrir la invasión napoleónica, el Imperio Español habría seguido una trayectoria paralela al británico: las colonias habrían ascendido primero a “dominios” y luego a repúblicas, ahorrándose, como Canadá y Australia, las guerras por la independencia, así como las guerras civiles. Para que esto ocurriese acaso habrían bastado unas pocas reformas que un espíritu amplio y liberal como era Floridablanca podría haber concebido: auto gobierno regional, eliminación del monopolio del comercio exterior, y fomento de la manufactura tanto en España como en sus colonias. Estas dos últimas medidas habrían privado de recursos a los contrabandistas criollos, fervientes patriotas.

Pero despertemos del sueño contrafáctico: recordemos que las reformas sociales nacen en cerebros privilegiados pero navegan o naufragan en despachos ministeriales, foros y mercados. Esto lo aprendió Floridablanca en carne propia: fue encarcelado en cuanto sus reformas amenazaron ciertos intereses creados, tanto con habían beneficiado a los pobres. Aunque leal servidor de la Corona, Floridablanca hizo honor a la ilustración.


Este letrado de genio y origen humilde, nacido en un barrio de mayoría gitana, llegó a la cima del poder por sus propios méritos. Pero llegó demasiado temprano, cuando aun no había partidos de masas ni parlamentos democráticos capaces de debatir iniciativas ni, menos aun, de transformarlas en leyes. ¿Se lo imaginan al Ciudadano Moñino y Redondo presentando un proyecto de ley de asistencia médica universal y gratuita en el Parlamento Federal Español? Yo, sí, y creo que el autor de este libro también.

José Luis Pardos me perdonará el volver a soñar un poquito de historia contrafáctica, porque me tolera y tiene gran confianza en su gallo. Además, y esto es lo más importante, Pardos sabe que la realidad no es blanca ni negra, sino polícroma. Su propio amado Floridablanca no fue blanco en todo momento, sino que hubiera merecido que lo nombraran Conde de Floridamulticolor.